viernes, 22 de febrero de 2008

70 años del 38… y los trashumantes de Héctor Barreto.


70 años del 38…
y los trashumantes de Héctor Barreto.

La generación del 38 fue fundamentalmente determinada por la violencia política, y algunos de sus símbolos fueron el cimiento de la lucha social para muchos. Los mártires de la leyenda este año cumplen un nuevo aniversario en el silencio absoluto.

Por Mauricio Valenzuela
(En la fila de atrás Barreto y Miguel Serrano)

La calle San Diego en los años 30 era mucho más brava que hoy. Billares, y boliches, confluían entre una vida nocturna iluminada completamente por farolillos tenues, bajo los que Héctor Barreto, Miguel Serrano, Santiago del Campo, Julio Molina, “el “Loco” Irrizari, Fernando Marcos, Homero López, Anuar Atias, Iván Romero y el “Tigre” Ahumada, vagaban como trashumantes solitarios de la leyenda. Su propia leyenda.
Iban a los cafés del barrio – entre otros El Volga y El Miss Universo- , hablaban de literatura y otros temas hasta la madrugada, pero nunca de política, aunque en esos días la política lo fuera todo. Esto después cambió.
“La Generación del 38 es violencia”, escribió Fernando Alegría en su famosa novela “Mañana los Guerreros”, y en cuya portada podía apreciarse el edificio del Seguro Obrero, cubierto de pancartas alusivas a las fuerzas de contingencia política que en aquellos años se enfrentaban en las calles de Santiago -provistas de puñales o cinturones con pesadas hebillas de bronce-. Un escenario, como dijo el escritor Miguel Serrano, imbuido en “un halo singular”. Era aquí donde este grupo de jóvenes, llevado por el ideal y el la influencia de los grandes acontecimientos mundiales, repetían los ecos de la Europa preguerra con una cuota de nueva realidad: el creciente surgir de la clase media en Chile.
Y fue que ellos dejaron atrás los apellidos vinosos de la oligarquía, adueñándose de un panorama social y artístico donde convivían, en renovado paisaje, las corrientes políticas populares que luchaban por la reivindicación social –el nacismo, socialismo y comunismo-, enfrentándose abigarradamente.
Este acontecer albergó también la “guerrilla” entre Neruda, Huidobro y Pablo de Rokha. Muchos tomaron partido aquí; algunos en la corte del autor de Canto General. Otros en la calle Cienfuegos –en la casa del creacionista, donde nació el grupo Diana y La Mandrágora- adorando el afrancesamiento del Surrealismo, que como afirmó una vez Teofilo Cid, “no correspondía a una búsqueda literaria si no moral”. Barreto fue de los outsiders, de los alejados del criollismo de Nicomedes Guzmán y Mariano Latorre, del naturalismo, del realismo social adoctrinado y del indigenismo. Fue de los vinculados interiormente con el paisaje y la identidad propia del drama que les representaba vivir en una zona telúrica del mundo como nuestro país. Eran los cuentistas del barrio Sandiego. Los retratados melancólicamente en “Ni por Mar Ni por Tierra” -libro escrito por Serrano en 1950-, que recrea “las glorias de la noche”, refiriéndose a antiguos compañeros, “con el corazón aferrado, quizás, a una vieja noche en que hubo un héroe”.
Héctor Barreto fue el líder. Y si es que la violencia se liga a la tragedia, en este grupo ese linde es claro; la muerte del escritor, el 23 de agosto de 1936, fue un símbolo para todos. Un hecho que los determinó a dejar el anonimato y entrar a la contingencia política. Ellos, que se caracterizaron, como evoca Homero López
–uno de los amigos de Barreto que aún vive - por “ser buscadores del Yo Profundo”. López cuenta la siguiente anécdota: “Estaban en una reunión todos juntos, y Eduardo Anguita se levanta y dice, -voy a leer un poema al estilo Neruda. Después es el turno de Barreto. Él toma otra postura y dice, -“Yo voy a leerles también un poema, pero al estilo Héctor Barreto”.
Fernando Marcos (pintor muralista quien fuera también amigo del cuentista, miembro del PS y entre otras cosas discípulo directo de Diego Rivera.) recuerda a Barreto: “De estatura regular, moreno, delgado, de ojos obscuros penetrantes. Tenía una cultura extraordinaria para su edad y una avidez de lectura increíble (…) Leía hasta las 4 o 5 de la mañana. Podía pasar dos o tres días sin dormir. Y luego era capaz de dormir 16 horas de un tirón. Leía de todo: Descartes, Panait Istrati, Romaínd Rolland (el Juan Cristóbal nos había impresionado profundamente a todos), Oscar Wilde, George Bernard Shaw. Se sabía de memoria capítulos enteros del Quijote. Conocía los clásicos italianos, españoles, ingleses. Buceaba en la historia. Solía relatar anécdotas de Julio Cesar.”
Miguel Serrano rememora en las intensas páginas de Ni por Mar ni por Tierra aquellas reuniones: “Sería más de medianoche cuando empujaron los batientes de la puerta de entrada y apareció Barreto acompañado de dos amigos. Cruzó el espacio que lo separaba de nuestra mesa, con su aire especial, las manos sumidas en los bolsillos de su abrigo café, el rostro serio y el rictus amargo e irónico en la boca. Al llegar a nuestro lado se echó atrás el sombrero de alas subidas y de un salto pasó por encima de unas sillas para sentarse a nuestro lado (…)De inmediato el ambiente cambió, tomando un no sé qué de extravagante y legendario, como si ese muchacho de ojos afiebrados, aportase un séquito de presencias invisibles y en torno de él se entretejiera el oro de la leyenda”.
En esa atmósfera convivieron los del 38. Aunque podría pensarse que hablar de una generación, sonaría raro si se piensa que sus principales exponentes fueron casi ignorados con el tiempo, pagando el precio más trágico. Omar Cáceres, Jaime Rayo, Héctor Barreto y los masacrados en el torre del Seguro Obrero. Y es que algunas de estas muertes significaron un cambio político en el acontecer, el que desembocó en que los que estaban aislados, se lanzaran a la lucha política y social. Esto fue lo que generó fundamentalmente la muerte de Barreto, quien en un altercado con los nacistas de González Von Marées, fue herido de muerte en Av Matta. Aquella noche Barreto llegó al café Volga – donde se reunían fundamentalmente los socialistas-. Se encontró con Fernando Marcos y unas amigas. Cuando estaban apunto de irse irrumpieron un par de nacistas que los conminaron a pelear en la calle. Ellos se trenzaron así en una persecución, en la que desarmados siguieron a los agresores hasta Serrano con Av Matta. Ahí tuvieron que retroceder, ya que sus oponentes fueron apoyados por refuerzos con revólveres. Barreto intentó resguardarse de los tiros. No pudo. Fue herido en el abdomen y murió unas horas más tarde en la posta número tres de la calle Maule, victima de perforaciones intestinales.
Si bien hubo algo que conformó aquella generación, fue el mito de la noche, el símbolo del héroe caído y la lucha violenta que con los años posteriores sumó el fin trágico de una época: los nacistas que habían planeado subir a Ibáñez a la presidencia, fueron masacrados en el Seguro Obrero el 5 de septiembre del 38. Finalmente fue elegido el Frente Popular.
Dos meses después, Miguel Serrano zanjó las bases de lo que fue aquella parte de la historia literaria de nuestro país, y abrió un precedente que desató las iras: La publicación de la Antología del Verdadero Cuento en Chile. Con eso dijo quienes eran y quienes no los auténticos: su grupo era de 11 escritores, los que Alone comparó con un equipo de fútbol y entre los que estaban el mismo Serrano, Teofilo Cid, Eduardo Anguita, Carlos Droguett, Adrián Jiménez, Juan Tejeda, Juan Emar, Anuar Atias, Pedro Carrillo, Adrián Jiménez, y por supuesto Héctor Barreto, a quien el libro fue dedicado: ““En este segundo aniversario de su asesinato. Será difícil que nuestra generación olvide aquellos extraños días del crimen y del entierro, que llenaron esta curiosa ciudad”.

miércoles, 20 de febrero de 2008

Ni por Mar ni por Tierra

(Cuadro de Héctor hecho por Fernando Marcos)
Sería más de medianoche cuando empujaron los batientes de la puerta de entrada y apareció Barreto acompañado de dos amigos. Cruzó el espacio que lo separaba de nuestra mesa, con su aire especial, las manos sumidas en los bolsillos de su abrigo café, el rostro serio y el rictus amargo e irónico en la boca. Al llegar a nuestro lado se hecho atrás el sombreros de alas subidas y de un salto pasó por encima de unas sillas para sentarse a nuestro lado. Los que lo acompañaban también se sentaron; aún cuando no eran escritores, venían a escucharle, pues le admiraban como a hombre y jefe capaz de dirigirlos a través de sus correrías nocturnas y pendencieras. De inmediato el ambiente cambió, tomando un no sé qué de extravagante y legendario, como si ese muchacho de ojos afiebrados, aportase un séquito de presencias invisibles y en torno de él se entretejiera el oro de la leyenda.
Y así era.

martes, 12 de febrero de 2008

La Torre




La cena estaba servida.
Me hallaba de pie frente a un hombre que vestía uniforme militar. Las charolas de plata brillaban, reflejando el ambiente; el decorado interior; las murallas de ladrillo cubiertas de tapices persas o de estandartes de fino adorno que subían hacia su fuente de apoyo, y que tensándose desde ahí para sostener lo que debía ser un paisaje de hilo -en que hombres vestidos de armaduras o tartanes blandían espadas, o llevaban sendos carcaj con largas y coloridas flechas- cubrían de paso la frialdad del muro, agradando la vista.
Algo me dice o intuyo que me dice.
Yo conozco aquella circunferencia en que estamos. Sé, por ejemplo, que su ubicación se encuentra entre llanos antecedidos por caminos de polvo que vienen desde lejanías. La misteriosa torre de un asidero que puede sólo ser entendido con la afonía del corazón. El círculo y la mesa en que todos trazamos líneas con los ojos cerrados. Afuera, el azul quebradizo y ligero de manchas rotas en perpendiculares antojadizas, un tono más oscuras que el resto de la construcción. El fondo indefinido de una realidad que el sueño no alcanza a ver ni a sentir, pero que sin embargo es real, en la medida en que me aferro a ella como quien se aferra a la vida o a un último o primer deseo después de despertar de una pesadilla.

Algo que comienza con la imagen de un caminillo empedrado en que personajes difusos, entremezclados de épocas tiempos y lugares, se encuentran ante mí. Antiguos uniformes, antiguas medallas y antiguos rostros. ¿Son héroes? Quizá militares muertos que han llegado también a La Torre, repitiendo su presencia que ha visto nacer este mismo sueño muchas veces: La Torre.
En el interior, un decorado salón con platería europea, mesas y sillas. Hay candelas encendidas y el militar de cabello blanco, vestido pensando en la batalla que continúa aún tras de los muros, en el silencio de los campos vacíos
y nevados.


*

Me hallaba en la tumba de Hipnos. Un corredor que giraba en torno a dos altares, uno que era rodeado en sus 4 flancos por esta abertura misteriosa a la que se accedía por unas escalinatas de piedra. El otro, un altar central que llevaba escrito entre otras cosas el nombre SOL, o RA. Lo rodeaban una serie de pequeñas lapidas entrevistas como un hervidero difuso en la oscuridad de la bóveda. Un lugar cayéndose sobre si, y que no tenía similitud a lo terrestre si no más bien al espacio, donde el sonido no se oye si no que sólo los pensamientos; y era en pensamientos que la presencia que ahí vivía me hacía miembro de lo misterioso, de lo inexplicable.

sábado, 9 de febrero de 2008

Cumpleaños de Héctor

Por motivo del cumpleaños 92 de Héctor Barreto, este espacio quiere rendir un homenaje a esta estrella inmortal, y que orbirta, solitaria, en la lejanía a la que sólo llega el valor y el sueño de enfermar una ciudad.


Un emocionado homenaje a Héctor Barreto.

10 de Febrero